20.4.09

se sirvió whisky hasta el borde del vaso. tenía lo extranjero en los gestos (si bien en los rasgos), pero sus gestos denotaban cierto lugar bastante más lejano de lo que él hubiese querido mostrar al haberse dado cuenta del nimio detalle. mareado y todo era calmo, los ojos gentiles miraban (miraban, bien digo) una mosca en el límite de la mesa, esas cosas que uno, sobrio y a la luz del día, no se da el lujo de observar. y como quien no quiere ya es de noche y salimos y el frío nos da de lleno en la cara, así uno nota que tiene nariz, sabés, el frío. y si no crujen las tripas uno olvida que debajo del pecho hay estómago. lo terrible era ese juego de sus labios cuando hablaba, como si temieran despegarse, anegarse entre tanto dicho y confundirse en otra cosa. hablaba tan pausado el extranjero. es tan horriblemente natural, está todo tan claro, tan dado por sentado, es un espanto, me mirás como con miedo o como si te diera lo mismo y es tan peligroso, tan peligroso es que le dé lo mismo todo a uno, un libro, el arrastrarnos hasta acá, la noche...
se interrumpió, el estómago se le hizo añicos o comprendió que debía callarse, que ya había dicho lo suficiente y ahora hasta el espacio se llamó al silencio, en la belleza simétrica de los ojos del extranjero se figuraban otras imágenes (no las de esta noche, sino las de cualquier noche y lejos, sin embargo…)
ya es temprano, ¿ves allá?, amanece, y no podría importarme menos.
la silueta del extranjero era lo único que se proyectaba en el río, en el instante determinado, en la luz mortecina y ahora inútil de los faroles del puente, iluminando su rostro diáfano, casi inmóvil, mirándome.

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