22.9.11

En tu país debe estar anocheciendo. Te escribo ahora porque corro el riesgo de que me interrumpan y. Quizá, ya sabés. Es más fácil, hablo más sencillo, sin tanta vuelta inutilperifrásticamente. Estaba acurrucada en una ventana que mira a la calle Paso. Mi campo de visión se reducía a un espacio bastante pequeño pero también vasto y necesario. De los conductores solo llegaba a ver las mangas de los trajes, algunas apostadas cómodas bailando con los cambios del coche, otras no sé, estaban. Colgaban. Esos colgajos eran exactamente iguales, me podés creer? Cientos de tipos cortados por la misma condenada tijera, como si un modisto lleno de ira hubiera decidido trajear a 500mil hombres todos iguales, a modo de último escupitajo antes de suicidarse o de volverse panadero. Me comprendés? Qué desgracia terrible, y me acordaba de nosotros creyéndonos distintos, dueños de algo que los otros etc. Qué infierno terrible, y vos te acordás de Poe? De Baudelaire? Como les decian? A Poe el hombre en la multitud. Casi escribo 'de', me hubiera degollado a mí misma con el estilete de la tía. El hombre EN la multitud, despersonalizado a un nivel insoportable. De baudelaire y los otros, los que habian visto el infierno, lo verian en este mismo ruido? Lo ves a rimbaud caminando por Paris a estas horas y sintiendo que el universo le queda ridículamente grande? Y sabés que miraba a estos tipos, a los tipos metidos en sus trajes o los trajes metidos en los tipos y todos con Asuntos Importantes, que una como yo no entiende. Gran cantidad de empresarios, dueños de Cosas, respetados hijos de puta.
Entonces sentía nauseas y unas ganas de irme que no caben en esta hoja estúpida que te mando y que vaya a saber cuándo leerás, y vaya a saber quién seré yo cuando vos leas esto y sientas el horror que me oprime la garganta y me obliga a temblar acompasadamente, quién te dice que ya cambié y que estoy en El Molino viendo Otros Asuntos, quizás contándote que me acordé de una estación de trenes acá en Buenos Aires, y que tenía un nombre bastante extranjero como Melville y al que la gente sacaba toda poesía pronunciándolo mal.

6.9.11



qué hacer, pequeñísima urdiembre

infinitesimal tejido

si un amanecer te trae a los dolores,

a tus mil rostros de este día

y descubres (¡espanto!) no eres

lago, ni espejo,

sólo música de miedo y rechinar de goznes

y, por qué no, trapecista

que arrastra consigo una ausencia verdosa

y se mueve, muta, muerde, muere.