12.10.09

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omitir los detalles que debería para hacer esta historia más breve sería como agarrar un tucán por las patas y despellejarlo, o amenazarlo con arrancarle el pico y las plumas con una tenaza. muy poco poético, se entiende.
debería decir que todo empezó como tantas otras cosas, con nada; un mocoso en el colectivo. un mocoso que no pasaría los – años (no los sé, los supongo, pero me limito a lo cierto, a lo relevante; con lo otro, será amable y me ayudará usted, el atrevido que lee, mi inestimable amigo, mi invisible amigo).
del paisaje monótono pasé a ojear el libro pero temiendo lo de siempre, comprometerme, si me comprometo con algo estoy literalmente muerta. o ese algo puede darse por muerto apenas al considerar ser observado por mí como objeto comprometible.
françoise me miraría con sorna si le relatara esto, solía pensar bonitos párrafos para mí como si yo los apreciara por su arte y jamás supo que los encontraba tan faltos de… bueno, françoise entornaría los ojos y diría algo que obligadamente contendría palabras como maduración, conciencia, pero sabe cuánto detesto todo eso así que sólo se limitaría a sonreír un poquito y pedirme que le cuente, que es temprano y el feriado le quita el sueño.
el mocoso abrió la boca estúpidamente –no me burlo del mocoso, pero el gesto era inerte, como cuando de chicos dibujábamos esmeradamente las cercas del chalet y la lengua se nos asomaba por la comisura derecha, pugnando por terminar la tarea ardua y gritar primero que el otro un orgásmico Terminé- y posó los ojos en la sucesión de imágenes, bastante pobre, que nos regalaba el domingo ya casi a punto de morir del todo, a través del vidrio.
-esto del tiempo es complicado- decía, seria, la mujer a su lado (creo que su madre, o no lo sé, o no me importa) a otra vieja que la observaba y asentía, y quizás por dentro la envidiaba porque era hermosa. si bien era pueril, casi ordinaria. el tipo de mujer que acompañará mi definición de belleza hasta que encuentre otro. no así con los hombres. no sabría decirlo pero la singularidad de Ivanov, esos rasgos fríos, era rozar un cubo de hielo con la punta de los dedos y sentir eso en la garganta, como cosquillas o ganas de apropiarse para siempre de la razón por la cual Ivanov era Ivanov hoy y nunca, algo abstracto pero que recuerdo con tanto cariño al pensarlo sin querer.
y ahora la vieja se acomodaba, pesada, su enorme culo que pugnaba por robarle un poco de espacio al pobre hombre a su lado, que con cara de resignado doblaba el diario por la mitad, lo abandonaba sobre su pantalón beige bastante feo.
la vieja decía algo del colegio de los nenes, que los nenes estaban contenidos –palabra idiota y superflua, si las hay-, que Julio era un divino con los nenes, que los nenes aprendían, y la religión, que el respeto, excepto algunas maestritas, ¿no es cierto? que se creen que una es tonta y le quieren pasar por encima, las borregas incultas, pero a mí no me vienen con cuentos sobre mi nene, un santo.
cuando se cayó por fin la boca me tentó leer palabras sueltas del relato, vistas al pasar. jazz, las manos, y un parrafito que leí casi sin querer, con ojos de disculpa para mamá que de nuevo me iba a esperar un poco más, que sin querer pasé doce paradas y estoy sola y de noche y de golpe hace frío porque el campo es otra cosa, es distinto.
pero no, volví a los ojos del mocoso que miraban inquisidores, pero ahora me miraban a mí, ya no a las escenas casi tétricas del atardecer del otro lado del vidrio.
miraban aspectos de mí.
nunca pude mirar a los ojos a otra persona por mucho tiempo, rápido quiero sacarme el peso de las córneas como cuchillitos calientes, como agujitas debajo de las uñas, un dolor agudo que me dan unas ganas indecibles de maldecir al mundo y a mí misma por tener uñas, por tener un nombre y tener uñas y carne.
los ojos del mocoso miraban mi labios. miraban, entrecerrados, como si quisieran comprenderlos y desentrañarlos, y quizás había algún pacto tácito entre nuestros respectivos órganos y yo no lo supe, quizás mi labio inferior llamaba su atención, quizás mi labio herido (no, no estoy nerviosa mamá) era el centro de atención de la fiesta y a los ojos del mocoso les llegó el infortunio de bailar con la más fea, con la herida, con la rota.
me miró un rato, ahora totalmente en frente de mí, y su mentón se apoyó en los brazos para acomodar la escena. sentáte bien, le gritaba la madre, o la hermana, y nada.
la madre o la tía no sabían que mi labio era demasiado novedoso como para dejarlo pasar sin verlo. es una de esas cosas que uno hace sin querer y después se arrepiente y pide las pertinentes disculpas; pero, ah, qué bien cuando ocurre. una emoción breve, de un rato, y a otra cosa, que es tarde y mañana feriado.
me hubiera gustado regalarle un pedazo mío al mocoso; empezaba a quererlo, empezaba a gustarme. me gustaba que se atreviera a mirarme y cuando yo clavaba mi vista en él me huía, pero le daba vergüenza, porque se sonreía un poquito. y me gustaba que sonría, porque uno no hace sonreír tan fácil a nadie. piense: mirar a alguien y avergonzarlo y ponerlo en la situación incómoda de ocultar el rostro para que no se note la sonrisa que no puede guardarse y brota, y cómo disfruté ese ratito de verlo sonreír un poco al mocoso.
llegando a R. me miró de nuevo, esta vez sí, al labio herido, y acercándome, llevando mi pecho hacia delante, metiéndome en su espacio ya cerca de su asiento, agrandé mis ojos al tiempo que le susurré

-…Bú.

Parpadeó con unas pestañas (ahora lo noté, y creo que yo sonreí un poco) largas y curvas, que le hacían justicia a los ojos corrientes y profundamente hermosos que velaban.
la vieja me miró y dijo que lo único que faltaba ahora, pendeja-del-diablo, que entre las maestritas y las maleducadas tenía rotas las pelotas.
lamenté que la madre o la tía o la prima se diera vuelta a observarme sin entender, mientras agarraba al mocoso y se lo llevaba, mientras bajaban en la parada de la avenida ancha y se perdían para siempre, y para mí quedaba irresoluta la cuestión, quizás lo hice llorar un poco, después de todo era solamente un niño.
françoise diría que tengo demasiado instinto y si fuera por mí abrazaría a todas las criaturas bellas y horribles y les haría un nido en mi pelo, no porque fuera buena sino porque soy terriblemente egoísta y planeo apropiarme de todo lo hermoso del mundo, pero no puede culparme.
yo tampoco, porque eso supondría dejar de hacerlo.

Y no.


(Foto: vacaciones; Mar del Plata, desde el auto)

2 comentarios:

Anónimo dijo...

acabo de leer esto y es "genial"... iba a decir "adorable" pero ciertamente esa no es la palabra: muy suave.
a veces los accidenetes sirven para introducir algo de emoción en la vida que, sinceramente, en ocasiones se torna bastante predecible.
me pregunto si Ivanov, Francoise y los demás... existen como se suele decir.
saludos!

p.d: ¿los colectivos son buses?

Obrero metalúrgico dijo...

Era verdad que te gustaban chiquitos