27.9.09

retomamos las charlas por la noche para no perder la costumbre; despacio notamos que la vida diurna se fue acartonando y, al final, el espacio lumínico comprendido entre la mañana ya entrada y las 6 de la tarde en invierno no era más que un permanecer en vilo, un estarse quietos que nos acerque a la noche preciada, el descanso, porque se entiende que aunque se esté activo el tiempo corre pausado y acompasado cuando las únicas luces son las que encendemos, y a veces ni eso.
no sé qué sería ahora; yo acercaría los papeles y leería despacio, no permitiríamos que el agua hierva, principio elemental para compaginar lo que vendría al rato. escucharíamos música -de mutuo acuerdo- pero un ruido nos distraería, nos obligaría a levantarnos y asomarnos a Riobamba ya muerta ni bien llegada la noche. esbozarías una sonrisa tímida y precavida porque ocurre lo de siempre; despertamos del letargo de la lectura sobresaltados por nada, y aquí sería grato y conveniente recordar aquélla ocasión en que con el pretexto del helado te di el beso insulso, hierático y hermoso, cuando me tomaste por loco en el patio con macetas de san telmo.
nos acostaríamos tardísimo, más para recuperar la costumbre -de nuevo- que por necesidad. pero lo cierto es que los años de práctica perdidos nos volvieron lentos y perezosos. ni siquiera terminás de calzarte la ropa de dormir que yo estoy en otro plano psíquico, pronto te me unirás en el proceso inconsciente y será el último y efectivo, siempre efectivo y horroroso y ansiado aliciente del sueño antes de las horas siguientes, ya no oníricas, palpables pero que nos desagradan tanto. Cómo nos desagradan.
Sin embargo, hasta la próxima.
La ciudad nos deglute, fingida, hasta alguna noche cercana.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

notable... saludos!

Obrero metalúrgico dijo...

Es bueno, definitivamente. Lo loco es hablar como uno escribe o escribir como habla