5.8.11

Una carta.

Nora:

Camino de su casa, al costado de las vías, un hombre vestido de fucsia. ¿Lo imagina? Con un pulverizador, arrojando colores cenicientos en el pasto, fumigando y silbando acompasadamente. Un paño en el rostro que lo proteje de inhalaciones y una gorra gastada. ¿Imagina, Nora, un hombre totalmente vestido de fucsia, teñido su cuello de fucsia, tiñendo de fucsia los pastizales con sus manos fucsias, las puertas de las casas, las vías, el tren..? ¡Un hombre que pinta el mundo, Nora! Ah , qué felicidad me llenaba el cuerpo.
Atardecía al llegar a Fontenoy Street. No puedo nombrar esa belleza. No puedo nominalizarla, Nora, ¿cómo reducir el tono rosáceo del cielo de Dublín a un sustantivo? Quizás tú sepas ayudarme, quizás el hombre fucsia que surca mis visiones pueda ayudarme.

Hoy la observé en ropa interior. Usted dormía, la quietud del cuarto me traía su olor hasta las narices, me depositaba despacio en ese rumor púrpura.
Mi amor es una cosa sucia, Nora.
Mañana la buscaré en las librerías del centro, sé que trabaja en alguna de ellas. Por ahora la llenaré de cartas, que es como llenarse de fantasmas; charlar con su ausencia y recordarla y multiplicarla y contarle que he inventado un poema, un fantasma, un ferrocarril, un aeroplano, el perfil de su rostro que yace aquí y me observa.

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