"Sí, pensó Clemens, al shock room. Tóquenle una docena de discos de jazz, pásenle un frasco de clorofila por la nariz, pónganle hierva bajo los pies, bañen el aire con perfume de Chanel, córtenle el pelo, arréglenle las uñas, tráiganle una mujer, grítenle, golpeen y hagan ruido; fríanlo con una corriente eléctrica, llenen los abismos y las hendiduras, ¿dónde está la prueba? Es imposible pasarse la vida inventando pruebas. Es imposible entretener a un bebé con sonajeros durante toda la noche, y todas las noches durante 20 años. Alguna vez tendrán que detenerse. Y entonces volverán a perderlo. Y eso si alguna vez les presta atención".
Nunca fui joven. Lo que fui o pude ser, está muerto. Siempre pensé que uno muere todos los días, y que los días son como cajones, ¿no?, con su tapa y todo. Y no hay que volver atrás, ni levantar la tapa, pues uno muere un par de miles de veces, uno come, respira, el corazón late millares y millares de veces, uno despierta, uno hace el amor, uno deja un montón de cadáveres y todos con una muerte distinta, con una expresión cada vez peor.
"Te apartas de tí mismo de ese modo", fue la respuesta.
3 comentarios:
desesperante
tus relatos tienden a la claustrofobia, y generan ese ambiente
A mi me gusta pensar que uno puede, realmente, morir en cada instante. Eso me hace actuar como si cada instante fuera el último, dando el máximo.
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